Jesús Rojas Rivera
Viernes 18 de julio de 2014
Hace ya 14 años, se votó en el Congreso local una iniciativa
“de avanzada”, que pretendía la reivindicación de los derechos de las personas
con discapacidad. Un complemento a las disposiciones en materia de salud para
el apoyo a las personas con restricciones, pérdida temporal o permanente de sus
capacidades para realizar alguna actividad.
Toda sociedad que se inscriba en la democracia, debe
contemplar posibilidades de desarrollo equitativas e igualitarias para sus
integrantes, sin importar su género, ideología política, credo, color de piel,
oficio, nivel socioeconómico o capacidades. Sinaloa posee 2 millones 767 mil 800
habitantes, de ellos poco más de 102 mil viven con algún tipo de discapacidad
neuro-motora, auditiva-lenguaje, visual, intelectual o múltiple.
Es por pocos conocido que nuestra legislación local existe
una Ley de Integración Social de Personas con Discapacidad que busca, al menos
en el papel, promover programas y acciones tendientes a la solución de
problemas que afecten a los ciudadanos con discapacidad, con la finalidad de
integrarlos al desarrollo económico, laboral, político, educativo, cultural y
deportivo.
La mencionada ley es letra muerta, poco influye en los
criterios de los hacedores de políticas públicas en nuestro estado. La
autoridad se muestra omisa y laxa al mandatar el cumplimiento en las
disposiciones de un cuerpo normativo vigente, que debería en teoría, regir en
el ámbito de su competencia.
Entre otras disposiciones
la ley en cuestión, obliga al gobierno estatal a promover
que las nuevas construcciones realizadas por los sectores público, privado y
social, con fines de uso comunitario, trátese de servicios administrativos,
recreativos o de cualquier otra naturaleza cuenten con infraestructura que permita
el acceso y la movilidad de personas con discapacidad.
Los ayuntamientos por su parte incumplen la ley en
tanto que están obligados a conservar en buen estado, libres de tierra,
piedras, arena o cualquier otro material, las rampas construidas en aceras,
intersecciones o escaleras de la vía pública, así como promover que en los
estacionamientos públicos haya los espacios necesarios para el ascenso y
descenso de personas con discapacidad. Además de promover, coadyuvar y vigilar
la defensa de dicho grupo prioritario.
A los políticos y funcionarios les gustan las
fotos, sobre todo, si con ellas conmueven a sus electores. Constantemente posan
sonrientes junto a personas con discapacidad, tienen un gusto enfermizo por
regalar sillas de ruedas, muletas y andaderas. Altruistas de ocasión, suelen
atender las necesidades de las personas con discapacidad en un absurdo esquema
de dadivas y obsequias.
Irreflexivos ante su responsabilidad, no han caído
en cuenta de que la mejor manera beneficiar a ese grupo vulnerable es cumpliendo
la ley. Respetar a nuestros hermanos discapacitados obliga entenderlos iguales
en derecho, y prohíbe verlos con ofensiva lástima. Las rudimentarias políticas
paternalistas tomadas por algunos alcaldes y sus funcionarios, exhiben la
mediocridad política y el desconocimiento de un tema fundamental para los buenos
gobiernos, los gobiernos incluyentes.
Las personas con discapacidad son ejemplo de valor
y superación en una sociedad acostumbra a lo fácil. Son hombres y mujeres que
contagian la alegría por la vida. Desde este pequeño espacio mando un saludo a
mi amigo Aarón Hermosillo, amputado en un accidente automovilístico,
basquetbolista y futbolista con discapacidad, seleccionado sinaloense en varias
disciplinas deportivas, padre de familia responsable, de
quien he aprendido mucho de lo poquito que sé sobre las personas con
capacidades distintas. Luego le seguimos.
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