O P I N I Ó N
Jesús Rojas Rivera
La política es una de las actividades
humanas más complejas, los valores que giran alrededor de ella se discuten
desde tiempos inmemoriales. ¿Qué es lo que vuelve a un político, un buen
político?, ¿Qué lo hace malo?, ¿Qué criterio debe prevalecer en la toma de
decisiones?, ¿Se debe ser justo?, ¿Se debe ser honesto?, ¿Se debe cumplir
siempre con la palabra empeñada? Estas grandes preguntas siguen vigentes pero
no son nuevas, la discusión sobre los valores que rodean a la política centra
su atención en el objeto de estudio de la única ciencia que puede ser entendida
como arte. La Ciencia Política estudia el Poder: su origen, sus relaciones, sus
contrapesos, sus formas, su legitimidad, su esencia, prevalencia y extinción.
El Poder político “que no se
posee, que se ejerce”, entendiendo este ejercicio como la dominación legal y
legítima del Estado sobre los ciudadanos, es una acotadísima pero oportuna
expresión del filósofo francés Michel Foucault que sirve para apropiarnos, en
este breve texto, de una idea fundamental para lo que quiero plantearle amable
lector: La apreciación de la política o lo político, está más allá de los
valores con los que usted y yo fuimos educados.
¿Se puede mentir en la política?
Claro que sí, los políticos mienten constantemente. Un extraño libro llamado
“El arte de la mentira política” de un escritor con el seudónimo de Jonathan
Swift, afirma que el ejercicio del poder solo es posible desde la mentira. Que
los políticos son en realidad grandes mentirosos capaces de convencer a las
masas, que las mentiras tienen una clasificación funcional y que en su conjunto
las falsedades, las simulaciones, las farsas y verosimilitudes se pueden
teorizar.
Sobre política se ha escrito
mucho, muchísimo. Desde los presocráticos (Siglo VII a.C), pasando después por las
ideas aristotélicas (320 a.C), brincando a los textos clásicos de Maquiavelo
(1513) o los utópicos de Tomás Moro (1516), llegando a la crudeza del Leviatán
de Hobbes (1651) donde se afirma que “ el hombre es el lobo del hombre” y sus
contemporáneos pilares del racionalismo Spinoza y Descartes (1675). Y podríamos
seguir brincando en siglos y en cada uno de ellos encontrar autores universales
que han aportado al entendimiento de la complejidad del Poder, que han
construido y destruido definiciones de política y que nos dejaron en sus textos
millones de páginas para entender que el Poder –dominio- se estudia en su
contexto, en su momento histórico.
Y de esos grandes autores hemos
aprendido que los valores en la política son reflejo de los valores de la sociedad.
Que no se pueden distanciar unos con otros, que son reflejo en el espejo de la
colectividad. Que los políticos mienten porque mentimos, son corruptos porque
nos corrompemos, son abusivos porque nos dejamos y no respetan la ley porque no
le tenemos respeto a las leyes.
El filósofo español Fernando
Savater lo dice claro: “Esa idea de que los políticos son sectarios, nos hace olvidar
que los políticos somos nosotros, y que los políticos que hay ahora en
ejercicio son nuestros mandados, y que si son malos, manipuladores y corruptos,
nosotros tampoco quedamos en buen lugar y permitimos que manden; no nos
ofrecemos como alternativa para sustituirles”.
Y regresando a nuestro pequeño, pequeñito
mundo de fronteras constreñidas a 57,365km2, que por nombre llamamos Sinaloa,
en nuestra realidad chiquitita, en nuestras discusiones de plazuela y cafetín
seguimos debatiendo si la Ley se debe cumplir, si los políticos deben respetar
su palabra, si deben o no firmar pactos de civilidad.
Siendo ellos el mal reflejo de lo que somos,
es de dar vergüenza cómo los hombres y mujeres que buscan el poder en nuestro
estado necesitan poner en papel lo que debieran sostener en su palabra. Es
inadmisible que tengan que acordar en el comedor de una casa, lo que por obligación
están mandados a cumplir. La historia nos ha demostrado que: si lo pactado
necesita ser escrito para ser cumplido, el acuerdo es vulnerable. La Ley
electoral está escrita y aún escrita, la han violado. Así las cosas en nuestro
pequeño, pequeñito mundo, al que no tenemos ganas de cambiar. Luego le
seguimos…
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