viernes, 18 de noviembre de 2016

Breve reflexión sobre la verdad y la mentira

O P I N I Ó N

                                 Jesús Rojas Rivera


Hace poco se retomó y circuló un texto del extinto novelista José Saramago donde planteaba la siguiente pregunta: ¿Qué derecho tiene un señor o señora de creer que por escribir una columna tenemos que creer que es verdad lo que dice? Sentí mucho interés en responderla, sentí que la pregunta era directa, como muchas otras que el Nobel portugués hizo mientras vivió, para explicarse el mundo de lo cotidiano. ¿Por qué la gente tiene que creernos a nosotros los que escribimos?, ¿qué responsabilidad guardo con mis contados lectores?, ¿debo suponer que me creen?

Siempre me ha gustado la filosofía (la practiqué hasta que me lastimé la rodilla), creo que ahí se inscriben las grandes dudas que la humanidad sigue sin resolver, las cuestiones universales que nos acompañan desde que el hombre tuvo conciencia de su existencia. Saramago removió la duda: ¿qué es la verdad? y ¿cómo se escribe con la verdad?

Si me pongo a conceptualizar no me alcanzarán los contados párrafos de esta columna, además sería infructuoso porque la verdad se ha definido de mil formas en la historia. Martín Heidegger -un filósofo alemán del siglo pasado-, dijo que la verdad debe ser entendida desde su esencia. Los hombres libres buscan la verdad porque es propia de ellos, el hombre no posee la verdad, la busca y la construye. Desde el idealismo, la verdad se construye en “ser y el tiempo”, es decir, lo que es verdad hoy puede dejar de serlo en dos días, tres meses, cuatro años o un siglo. La verdad no es una constante, es un consentimiento colectivo o social, “veritas est adaequation rei et intellectus”, la verdad es la adecuación del conocimiento a la cosa. Dentro de la filosofía, es la metafísica la que se encarga de estas cosas, del carácter ontológico del problema fundamental de la verdad que Saramago me trajo a recuento y por lo cual escribo esta columna. 

Tenemos pues que la verdad se construye por el ser y se explica en los tiempos y la historia. Pero esto puede ser una mentira, porque hay otras formas de pensamiento que aseguran que la verdad es absoluta y está por encima del entendimiento del ser, afirman que la verdad es luz y alimento del hombre, que cuando se le descubre esta se “pega” al alma y le “infunde” vida interior. Al menos así lo sostiene San Agustín, el Santo Obispo de Hipona. ¿Ven lo difícil que es ponernos de acuerdo?

Ahora bien, si no tenemos de cierto el concepto “veritas”, ¿cómo es que le puedo faltar a la verdad a mis lectores? y ¿Por qué Saramago supone que los pocos que me leen están pensando que no miento? 

Un ejemplo práctico: mi abuela es una mujer honorable, nunca me ha mentido y yo he procurado no mentirle jamás. Un día platicando con ella afirmé que Agustín Lara era el más grande compositor mexicano de todos los tiempos, ella me dijo que estaba de acuerdo, y en ese momento construimos una verdad que nos satisfacía a los dos. El problema vino después, cuando dije que nadie había interpretado mejor sus boleros que Javier Solís. Mientes, me dijo, las mejores interpretaciones de Agustín Lara las hizo él mismo. ¿Miento? o ¿mintió?

Este es justo el punto a donde quiero llegar, a replantear el sentido de la verdad para los que Saramago llamó con cierto desprecio “opinólogos”. Así también a otros menos brillantes que con soltura y maldad critican el ejercicio de nuestra libertad de expresión, la cual estoy consciente debe tener límites éticos más que jurídicos y dogmáticos. 

Desde mi poca experiencia en el papel como novicio de la pluma, le anticipo amable lector que no es mi pretensión hacerle creer que digo la verdad y mucho menos adueñarme de ella. Escribo, o intento hacerlo, más allá de la gentil aprobación del respetable, incluso al revés, publico sin la mortificación de saber que al poner mis ideas en un medio de comunicación como este, serán sujetas al juicio de la historia en función de la congruencia de mis dichos con mis actos. 

Aparte de escribir columnas los viernes, soy un lector consuetudinario de información, leo muchas noticias, artículos y columnas por semana. También soy público, pero a los columnistas y jefes de prensa no les exijo mucho. Con el tiempo se aprende a pasar la página del que no le gusta, y concentrarse en leer lo que a uno le interesa. Hay a quienes les pagan por escribir, y otros que lo hacemos gratis. Un abrazo a todos. Luego le seguimos...

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