viernes, 2 de diciembre de 2016

Socialismo falaz

O P I N I Ó N

                                                                                             Jesús Rojas Rivera

En 2006 llegué al aeropuerto José Martí en un vuelo de Cubana de Aviación, una de las pocas empresas estatales competitivas en la isla. Era parte de un contingente de 25 compañeros, alumnos de diversas carreras de la Universidad de Guadalajara, la mayoría consejeros y presidentes estudiantiles. Estaba entusiasmado con el viaje desde hace muchos años, más por la tradición de libre cátedra que por directriz académica, en mi Alma Mater se impartían clases de socialismo. Tengo bien presente que mi primer contacto con el socialismo en Cuba fue un letrero gigante que alcancé a ver por la ventanilla del avión: “Muerte a los traidores y enemigos a la Revolución”. 
 
¿Quiénes?
 
El socialismo plantea una atractiva igualdad para todos los cubanos, un modelo utópico donde a decir de Ernesto “Che” Guevara: “El Estado provea lo necesario para la vida”, un paradigma distinto de distribución de la riqueza, en donde no existe la propiedad privada, sino la propiedad comunal. Donde el Estado “justo” interviene en todas las fases de la economía y donde toda participación política se debe conducir bajo el mando de un partido único, el Partido Comunista de Cuba. 
 
En mis primeros días de estancia asistí a una ceremonia de la Organización Continental Latinoamericana y Caribeña de Estudiantes, una organización estudiantil de izquierda que agrupaba a líderes bachilleres y universitarios. Al terminar el evento caminamos a Coppelia, una heladería muy popular en la capital cubana, había dos formas de comprar en ella: como turista y como cubano, la diferencia era el precio y la fila, el sabor era el mismo. Los cubanos y nosotros que teníamos categoría de invitados por el régimen debíamos formarnos al menos una hora para comprar un helado a precio de 3 pesos cubanos, 1.5 pesos mexicanos de entonces. Mientras que si decidías la opción turista te costaba 5 CUC, más o menos 4.5 dólares. Cierto es que todos los cubanos tenían derecho a comprar un helado, pero sólo uno. Me queda claro que el helado no es un alimento, pero la escasez y racionalización de bienes de consumo no era exclusiva para dulces o postres. En la isla nunca se tenía suficiente de nada.
 
Todos los días recorría las hermosas y destartaladas calles de La Habana junto con amigos del Partido Comunista, cuando ellos me acompañaban la gente se veía feliz y nadie nunca habló mal del Comandante Fidel. Conocí entonces la obra literaria de uno de mis autores favoritos, José Martí, mis guías eran amantes de la historia oficial de su país, el recorrido nos mostraba la parte más vanguardista de la capital, barcos rusos y españoles en el puerto descargaban mercancías y automóviles. Nosotros paseábamos en un Cadillac hermoso, pero en Cuba no todos los ciudadanos pueden tener automóvil, para poseer un automóvil debes tener un salvoconducto, lo mismo para adquirir un inmueble. 
 
Un día que no me acompañaron los guías oficiales platiqué con múltiples personas, y no todas amaban a Fidel. Muchas se quejaban de la escasez de alimentos y la falta de servicios, el periódico oficial Granma se dedicaba al elogio de toda acción de gobierno, estaba proscrito el derecho a opinar ideas “contra revolucionarias” y estaba prohibido también salir del país bajo cualquier circunstancia. El cubano que abandonaba su tierra tomaba la categoría de traidor y si regresaba se iba a la cárcel, las familias de los exiliados sufrían consecuencias, en Cuba el régimen confundía constantemente la justicia con la venganza. 
 
Nunca olvidaré aquél día que en el monumento al libertador Antonio Maceo conocí a Miguelillo, un jovencito que volaba un papalote. Me aseguró que nunca en sus 10 años de vida había probado un chocolate, así que fui a mi hotel y le regalé uno, y él en gratitud me regaló su cometa. Entonces me dijo: “Yo he soñado con hacer un papalote muy grande para amarrarme con mi mamá y salir volando de aquí”, le pregunté que si a dónde quería ir, y respondió: “A donde sea, a donde mamá no llore porque le dicen puta traidora, y donde a mí me dejen de decir hijo de traidor”. En el resto de la plática me enteré que su papá murió en el mar cuando intentó huir en una lancha de llanta en 1999. Mi sueño revolucionario se desmoronó ante las palabras del muchacho, la Cuba socialista que Fidel vendía al mundo era en realidad la máscara de una perversa dictadura que apenas estaba descubriendo. Luego le seguimos...

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