viernes, 28 de abril de 2017

Los sabios y nuestra generación perdida

OPINIÓN

                                                                                                     Jesús Rojas Rivera

Daniel Cosío Villegas es un intelectual mexicano de aquella legendaria generación postrevolucionaria, una pluma de obligada lectura para entender el nacimiento de las instituciones mexicanas. Historiador, economista, sociólogo y politólogo, dueño de una habilidad para la narrativa envidiable con la que desmenuzó fragmentos de nuestra historia nacional. Cosío Villegas es uno de los sabios mexicanos que formaron los ateneos juveniles en donde convergieron las mentes más brillantes de principios del Siglo 20.

De aquellos círculos intelectuales contemporáneos a Daniel destaca la generación de 1915, formada por Antonio Caso, José Vasconcelos, Henríquez Ureña, Manuel Gómez Morín, Vicente Lombardo Toledano, Palma Guillén, Alfonso Reyes y Samuel Ramos. Cosío Villegas era de los más jóvenes de esa generación, cuenta que Gómez Morín y Lombardo Toledano fueron directores de la Facultad de Derecho con apenas 26 años de edad, mientras que José Vasconcelos fue rector de la UNAM a las 40 y secretario de educación a los 42.

Esta brillante generación es un ejemplo de jóvenes visionarios que dibujaron varios de los caminos por los cuales sigue transitando nuestro País. Todos de ideologías políticas diversas pero con un profundo amor a su Patria, al pensamiento crítico, a las artes y las ciencias. El también llamado grupo de “Los Sabios” nos enseñó la difícil  pero fructífera tarea de “hacer generación”.

Terminada la Revolución algunas familias quedaron muy afectadas con los violentos cambios del régimen, sobre todo aquellas de los generales combatientes que habían servido a las causas de un lado o del otro en el conflicto. En tales familias nació Alfonso Reyes Ochoa, uno de los diplomáticos y literatos más grandes que dio la época postrevolucionaria. Hijo del General porfirista Bernardo Reyes quien murió a puertas de Palacio Nacional en el golpe militar contra Madero en la llamada “Decena Trágica”.

En su ensayo “El Intelectual Mexicano y la Política”, Daniel Cosió Villegas nos cuenta que Alfonso Reyes sentía un gran amor por México pero dadas las circunstancias políticas del País, él vivió por muchos años en un autoexilio europeo en España y Francia. Prácticamente se desentendió de la vida política mexicana durante muchos años. Pero cuando regresó le dio mucho gusto ver que México transitaba en la construcción de instituciones y que el fantasma del militarismo poco a poco quedaba atrás.

Daniel le dijo a Alfonso que habría que reconstruir México, que la intelectualidadd estaba llamada a ganarse los espacios públicos para seguir el camino de la construcción de instituciones que perduraran por muchos años, que habría que dejar atrás fobias del pasado y con ello también detrás el caudillismo. Que el camino para un México justo y democrático estaba en los esfuerzos para el diseño institucional de una gran Nación. Alfonso le contestó: “Que entendía y aplaudía el entusiasmo y la decisión de convertirse en herederos de un México nuevo, pero si entre ellos había gente de talento y vocación literaria, a la larga beneficiarían más con la pluma que con la pala”.

Escribo estas reflexiones porque siento una profunda tristeza, ya que la mía a diferencia de aquella, es una generación perdida. El mileniarismo trajo sobre sí el individualismo, el relativismo y el amor por lo superficial. Somos una generación de trivialidades que no discute el rumbo de su País, que no se pregunta sobre nuestro quehacer histórico, sobre nuestros deberes patrióticos.

Hoy enarbolamos causas de la hambruna subsahariana sin saber que en la sierra tarahumara y en el istmo oaxaqueño nuestros hermanos indígenas padecen tales o peores males. Hoy defendemos con vehemencia el derecho animal a una vida libre de violencia en uno de los países más violentos y peligrosos del mundo, hoy nos creemos expertos en todo sin haber leído de nada. 

Lejos, muy lejos estamos de entablar un diálogo generacional sobre lo prioritario, encontramos más gusto en llevar a la agenda nuestros intrascendentes intereses que en construir razones de cambio para el bien común. Y así, mientras los constructores de nuestro México discutían a nuestra edad sobre la creación de instituciones que garantizaran la justicia y la igualdad entre los mexicanos, aquí los jóvenes legisladores que nos representan en el Congreso local se llenan de orgullo al debatir sobre “lo bonito” que es la moda de defender animales, así y de ese tamaño es la mediocridad de mi generación perdida. Luego le seguimos...

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